Columna Viento a Favor. «¿Eres rescatista de escritorio? yo, sí»

Por Carlos ROMERO

Es 19 de septiembre de 1985, en medio de la destrucción y el pánico en las calles de la Ciudad de México, la única imagen que veíamos los de «provincia» es la proyectada por la cámara de Televisa y la única voz que escuchamos desde una ciudad a la que le crujían las entrañas, era la de Jacobo Zabludovsky, narrando las escenas de muerte y desconsuelo.

Los chilangos sabían perfectamente lo que estaba pasando, lo que estaban viviendo la mañana de ese 19 de septiembre. Los de fuera, en cambio, teníamos que conformarnos con la crónica sesgada y desgarradora de un profesional de las noticias que tenía décadas manipulando el sentimiento de los mexicanos.

Mientras pasaba por los edificios en ruinas, en Paseo de la Reforma, nos decía puntualmente lo que los mexicanos queríamos pero temíamos oír, guiados por la compasión y el morbo, dos sentimientos difíciles de separar, pero también difíciles de evitar en situaciones de tragedia como ésta.

Los años confirmaron que el ser humano es el mismo, ante situaciones como esa, aunque las herramientas al alcance de la mano son distintas y mejores.

Mientras en las casas del mundo comíamos sopa caliente y agua fresca, los minutos corrían en la Ciudad de México y el día se tornaba más trágico de lo que nunca la humanidad se imaginó.

La comunicación entre los rescatistas y el mundo dependía de unos pocos radios walkie talkie donados por empresas extranjeras, mientras el gobierno se esforzaba por entender la magnitud de la tragedia; los mexicanos desde ese momento entendieron que se debían organizar y proteger solos.

La imagen del tenor Plácido Domingo levantando escombros en el edificio donde estaban sus abuelos, ambos fallecidos entre las piedras y los fierros retorcidos, fue un emblema de las televisoras esa semana.

Sin embargo, la información no se movía si no era a través de los medios de comunicación. Las voces autorizadas, como si pudieran existir voces autorizadas, eran las de los locutores de radio, los conductores de noticias, para un sector socioeconómico, y los conductores de espectáculos, para otro sector.

En aquel momento también había interés mundial por lo sucedido en México, pero se sabía poco o nada; porque en una tragedia así, los medios de comunicación tradicionales pueden cubrir una mínima parte de todo lo que se está viviendo.

Hoy, 32 años después de ese sismo, uno más fuerte sacudió los suelos de la ciudad de México y cimbró a la sociedad chilanga. Pero también a la sociedad morelense, mexiquense, poblana, oaxaqueña, chiapaneca.

Muchos millones de personas resultaron afectadas, sus hogares de vinieron abajo.

Miles de ellos aún continúan durmiendo en albergues, en oficinas públicas, en hospitales. Cualquier piso es bueno si no se tiene un techo.

En 1985 la gente no tenía cómo comunicarse entre sí ni hacia afuera. No había celulares.

Hoy por hoy, lo único seguro que tenemos después de una tragedia es que el mundo lo sabrá de inmediato.

La facilidad de la comunicación y las redes sociales permiten que el mundo sepa al instante, en tiempo real, cuando está sucediendo un sismo, un tsunami, un huracán incluso desde adentro.

Los rescatistas que llegaron de todo el mundo a la Ciudad de México, están informando al momento a sus gobiernos y a su población, mediante un teléfono celular y una cámara go-pro, cuando están debajo de una loza, arrastrándose en medio de las ruinas, para buscar gente viva -o muerta- que permita a las familias mexicanas tener un cuerpo al cual darle cristiana sepultura.

Pero de no ser por quienes tienen un teléfono inteligente con internet, muchas cosas no se sabrían. Son los rescatistas de escritorio.

Aquellos que sin agarrar un marro o una pala para tumbar paredes; sin poder viajar a la Ciudad de México a coordinar los rescates, a entregar víveres, a regalar atole caliente a los rescatistas, sin hacer nada que pareciera sustancioso, son parte del espíritu mexicano solidario.

Millones de mexicanos y extranjeros, pero especialmente sonorenses, sin conocerse, sin verse la cara, sin hablarse, hicieron equipo para salvar a muchos de quienes perdieron todo en el temblor.

Desde quienes con un mensaje de Twitter daban a conocer la lista de desaparecidos en los edificios derrumbados en Hamburgo y Amsterdam; hasta quienes por Facebook pedían picos y palas para los soldados del colegio Rebsamen, donde murieron 19 niños.

El mundo no se habría enterado si los grandes gurues de la información no hubiesen puesto sus video o fotos en sus redes sociales.

Sonora en general, supo lo que estaba sucediendo y se sensibilizó mediante las historias que uno de miles publicaron en Face.

La ayuda se dejó venir de los pueblos, de la sierra, de la costa, del Norte, del Sur. Los puntos más lejanos de la amplia geografía sonorense, se enteraron del sismo y se unieron para ayudar y mandar dos grandes cargamentos de ayuda, mediante el DIF Estatal.

Y este es un DIF que sí quiere que la ayuda se entregue, es un DIF participativo y sensible de lo que la gente necesita y lo que los sonorenses quieren decirle a los hermanos del Sur.

Karina Zárate y Margarita Ibarra de Torres no se pusieron horario ni límite para coordinar y mandar la ayuda.

Es evidente que Sonora no está viviendo como Morelos, donde varias voces incluso la del obispo, denuncian que autoridades están evitando la entrega de ayuda, sin saber por qué motivos.

Le decía que los rescatistas de escritorio, la mayoría imposibilitados para ir a la zona del desastre, han sido el puente entre la información y la ayuda.

Los rescatistas de escritorio son gente de carne y hueso comprometida, sensible que quiere ayudar lo más posible; no son troles que confunden y lastiman.

Aunque se debe reconocer que muchos de ellos, con la mejor intención, han propagado información que de origen venía sesgada o era falsa.

De no ser por los rescatistas de escritorio, que pasan día y noche frente a su teléfono o su tablet viendo qué más se necesita, pocos se habrían enterado que «Frida», la Labrador de 7 años es una heroína salvando vidas bajo los escombros, y que «Frida Sofía» solo existió en la pantalla del televisor.

El trabajo de los rescatistas de escritorio, que tanto ha sido cuestionado por otros que también están detrás del escritorio pero que no hacen nada, ha sido de valor para las autoridades, para los ciudadanos, para la Cruz Roja, para los Bomberos.

Muchos de quienes están bien informados ya no ven tele, ni leen periódicos. Se informan mediante los rescatistas de escritorio que lanzan datos, nombres de desaparecidos, videos de los héroes que están en el lugar de los hechos.

Lo importante es saber a quién leer en las redes sociales, pues hay muchos que pretenden desorientar a la opinión pública.

La importancia de quienes informan mediante las redes sociales y el internet, es directamente proporcional a la información verídica que lanzan.

El mundo no es el mismo desde el uso de los teléfonos con internet, y quizá en eso estribó en gran medida que en el 1985 hubiese 10 mil muertos y en este 2017 hubiese 400. El buen uso de las redes sociales como enlace entre los mexicanos para saber el punto donde hay un derrumbe, un peligro o un punto de salvación, pudo ser un factor para que este sismo no tuviese los resultados apoteóticos que tuvo el de hace 32 años.

Lo que sí es un hecho es que las redes sociales y el internet fueron una piedra angular para la coordinación ciudadana en la búsqueda de ayudar a los afectados.

Y lo único que piden esos rescatistas de escritorio es un RT o un «Compartir».

Gracias por leer estos párrafos.

*Soy Carlos Romero, reportero con 25 años de trayectoria y director de El Patrullero.